LA CONQUISTA EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO

[…] lo que le preocupaba y ocupaba a Rivera, y a varios de los artistas cercanos a él o que gravitaban en su órbita, era el presente y, sobre todo, el futuro. Las razones eran de índole económica e ideológica, relacionadas con la construcción de una nueva cultura mestiza, diversa a la fallida que encarnaba los males de un capitalismo de segunda, colonizado, propicio para la explotación de indios y mestizos mexicanos. […] Conviene tener presente esta visión materialista de Rivera, porque será la que alimente, además de la suya, otras interpretaciones sobre la Conquista, así como sus saldos negativos en el mestizaje inconcluso y en la modernidad fallida.

En Siqueiros el tema de la Conquista ofrece imágenes y escenas de enorme brutalidad, […] pero el tema siempre será plantear la fortaleza adquirida en el cruel y doloroso proceso. Será el mestizaje de Cuauhtémoc enfundado en la armadura el que se ajuste a su visión materialista dialéctica —de la historia y del arte— según la cual el devenir humano sigue un proceso lineal, ascendente y evolutivo, en el que cada etapa aporta algo nuevo y positivo.

En varias de sus obras plasmó a un Cuauhtémoc imbatible, fungiendo a manera de alegoría de la liberaciónde los pueblos sojuzgados, capaz de apropiarse de las armas y los recursos de los conquistadores para utilizarlos en contra de los enemigos.

Desde una visión diametralmente opuesta a la de Siqueiros, pero sobre todo a la de Rivera, José Clemente Orozco plasmó la guerra de conquista desde una narración visual desprovista de intenciones ideológicas y de revanchas históricas. Nunca creyó que los artistas debieran tener convicciones políticas y eso quedó claro en sus relatos, cuyos temas principales privilegian la condición humana.

La hispanofobia de Rivera y el pan hispanismo de Orozco fueron referencias constantes en opiniones que en esos años participaban en el citado debate en torno a la ontología del mexicano y del mestizaje desde la filosofía, la literatura, la sociología, el cine, la crónica diaria y la producción de imaginarios de gran alcance, como los calendarios.

Se asumían entonces un mestizaje y una modernidad inacabados, que ameritaban reflexiones desde nuevos parámetros conceptuales y artísticos.

No pocas veces, dichos parámetros comprendieron —en murales, pinturas de caballete y grabados, realizados por exponentes de la segunda y tercera generación de la Escuela Mexicana de Pintura— una satanización de la Conquista y la hispanidad como males de raíz, pero también, en mayor número, soluciones conciliadoras que se decidían por una síntesis trágica pero posible entre dos culturas.

Un lugar destacado merece, en éste y en otros temas, el gran pintor Fernando Leal, uno de los fundadores del muralismo mexicano y el primero en abordar un tema de exaltación revolucionaria, en Campamento de un coronel zapatista (1921-22). Su mural La fiesta del señor de Chalma, pintado entre 1922 y 1923 en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, plantea un concepto de sincretismo no superado por ningún otro artista, dada su alta complejidad en el manejo de los códigos representacionales, exentos de las reducciones maniqueas que eran comunes.

Las intenciones crítica y conciliadora que se reconocen en el abanico de posturas de los años cincuenta se prolongaron varias décadas más. Sobran murales denostadores o afanados en el sincretismo a la fuerza y alusiones que encarnan las heridas abiertas y el trauma. Los mejores, los menos reiterativos y originales, tomaron como principal referencia el fallido presente, marcado por las contradicciones entre progreso y miseria, características del desarrollismo económico mexicano.

Entre los muralistas de los años sesenta y setenta que buscaron situarnos en el fragor, el drama y el vértigo de la contienda misma destacan Federico Cantú (1908-1989) y Fernando Castro Pacheco (1918-2013)

[en los años ochenta] En este tipo de imaginarios, que se apartan del relato convencional moderno, encontramos joyas que apuestan por un sentido crítico, sí, y muy agudo, pero lejos del consabido maniqueísmo y de la grandilocuencia.

Sus novedosos procesos de sincretismo tienen un gran poder evocador, a veces muy sutil, que evita el encuadre directo del tema. Opta mejor por metáforas, alegorías y metonimias que invitan a descubrirlo tras un ejercicio de reflexión.

El neomexicanismo fue el equivalente de la transvanguardia italiana y, como esta tendencia, enfrentó la profunda transformación que en los años noventa vivió el mundo en general y el arte en particular. Buscó defender a la pintura de los conceptualismos que entonces dominaron la escena internacional, pero lo hizo a partir de una autocrítica saludable que le permitió mantener su vigencia y convivir creativamente con todo tipo de propuestas. Las alusiones al tópico de la Conquista, entonces, se complejizaron.

Las propuestas del gran artista y maestro […] Gilberto Aceves Navarro, son insoslayables, tanto en la serie magnífica que dedicó a Felipe II como en otra muy precisa, de 2011, titulada Historia verdadera de la conquista de Gilberto Aceves Navarro. Plena de imaginación, juego, humor, ésta última agrupa varias pinturas y monotipias de exquisita factura, en las que predominan las alusiones figurativas en baja iconicidad, más bien sugeridas, y una narrativa tan culta como sofisticada que invita, primero que nada, a involucrarse con la naturaleza y las leyes del hecho plástico.

Entre las aportaciones fundamentales de la actualidad, resulta insoslayable un Nuevo biombo de la conquista, de la autoría de Gustavo Monroy (1959), que dialoga con uno célebre del siglo XVII de la colección del Museo Franz Mayer. El artista recreó la pieza de dos caras, a la misma medida que la original (2 x 5.50 metros), para rendir homenaje al barroco mexicano y, sobre todo, para recontextualizarla en el presente.

El performance, el videoarte, la escultura, el arte objeto, los planteamientos conceptuales y la fotografía también han sido medios que han activado reflexiones sobre la Conquista, con muy diversos significados.

Una limitación grave en la mentalidad colectiva y en el debate cultural de mediados del siglo XX, cuando se polemizaba en torno a la ontología del mexicano, fue la de no advertir que “el indio” era un concepto que no comprendía a la diversidad de pueblos y culturas indígenas, y que su destino no necesariamente tenía que ver con una fusión obligada. Hoy tenemos claro este concepto, pero muchas veces sólo se aplica en el discurso, oficial y académico.

Luis Rius, 2020

Diego Rivera, El Teatro en México, Historia del teatro en México, 1953

Diego Rivera, La Historia de Morelos: Conquista y revolución

David Alfaro Siqueiros, Nueva democracia, 1944

Luis Rius, 2020

David Alfaro Siqueiros, Cuauhtémoc contra el mito, 1944

David Alfaro Siqueiros, Tormento de Cuauhtémoc, 1951

David Alfaro Siqueiros, Muerte al invasor, 1941-1942

Luis Rius, 2020

José Clemente Orozco, Los Teules III, 1947

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

Juan O’Gorman, La historia de Michoacán, 1942

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

Fernando Leal, Campamento de un coronel zapatista, 1921-1922

Luis Rius, 2020

José García Narezo, Crecimiento y contradicción, 1949

Federico Cantú, Caída de Troya, 1951

Luis Rius, 2020

Fernando Castro Pacheco, El triunfo de la República, 1972

German Venegas, Chac-Mool

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

Gilberto Aceves Navarro, La conquista No. 14, 2011

Luis Rius, 2020

Gustavo Monroy, Nuevo biombo de la conquista, 2011

Daniel Lezama, Azufre, 2019

Antonio Turok, Derrumbe de Mazariegos, 1992

Luis Rius, 2020

Luis Rius, 2020

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