
Tibor con tapa metálica (chocolatero).
Autor no identificado. Dinastía Qing, período Kangxi (1662-1722). Porcelana con decoración azul bajo cubierta. Asian Civilisations Museum.
La construcción de galeones en Filipinas, la primera industria verdaderamente transnacional de la historia, hizo posible el funcionamiento de la primera ruta marítima del comercio global, entre Acapulco y Manila. Casi la totalidad de los galeones que sirvieron en la ruta transpacífica entre 1583 y 1815 fueron fabricados allí. Sin embargo, la presión laboral sobre los indígenas filipinos provocó constantes rebeliones, por lo cual las autoridades hispanas buscaron repetidamente subcontratar la producción de galeones en otras regiones asiáticas, como la India, Camboya y Siam.
Se construyeron galeones filipinos para funciones de Estado, como el transporte de plata y pertrechos a las guarniciones más distantes, así como para las expediciones de exploración y enlace con las islas Molucas, las Célebes y las Marianas y con los enclaves portugueses en China y la India.
Es importante señalar que también se construyeron y utilizaron regularmente diversos tipos de embarcaciones indígenas, como las vintas, las caracoas y los barangayes, entre muchas otras.

Lepa o modelo de casa flotante
Alfredo S. Peres. Mixta. Museo Ayala.
Desde su origen, la ruta transpacífica quedó bajo control de los mexicanos y los filipinos, quienes distribuían la mayor parte de los productos asiáticos en los mercados de México y del Perú. Esto representaba un peligro para el pretendido monopolio de la corona española, por lo que intentó impedirlo, imponiendo límites legales a las importaciones del Galeón e interviniendo las industrias de construcción naval mediante una legislación tecnológica diseñada para limitar el tamaño y la capacidad de carga de los buques, a través del concepto de tonelada y de las Ordenanzas de Construcción Naval.
Los constructores de Filipinas lograron superar esto, desarrollando los diseños de sus buques con tecnología propia, además de emplear sistemas de medición y contabilidad que respondían a los intereses de México y Manila, y no a los de los españoles.
En 1723, la corona impuso un diseño universal para los galeones filipinos, bajo planos de Antonio de Gaztañeta, e inició nuevas disputas legales para impedir el crecimiento del comercio transpacífico. En 1734, los filipinos respondieron con un prototipo de galeón diseñado por Joseph González Cabrera Bueno, más grande y potente que los autorizados por la corona, equipado, además, con una tecnología más avanzada, que hacía posible introducir mayores volúmenes de mercancías a través de Acapulco, ignorando la legislación imperial y controlando de facto los mercados hispanoamericanos. Así, los intereses de México y Manila incrementaron su autonomía política y económica, mucho antes de la Independencia. Este fue el momento de mayor esplendor del Galeón de Acapulco-Manila, y también de mayor riqueza y prosperidad para los mexicanos y los filipinos.

México nació como un país marítimo, como un puente terrestre entre dos océanos y como el nexo que hizo posible el funcionamiento de la primera economía global de la historia. Sus fortificaciones portuarias, sus tradiciones marineras, su cultura cosmopolita, su población multiétnica y plural, son los testigos de esta vocación y destino en la historia.
Durante 250 años, los galeones zarparon anualmente, hasta principios del siglo XIX, para llevar plata mexicana a las Filipinas, donde les esperaba una muchedumbre de comerciantes venidos sobre todo de China, pero también de la India, Malaca, Sumatra, Japón, Siam, Camboya y de las islas de Java. En Manila se intercambiaba la plata mexicana por infinidad de mercancías: seda tejida y en rama, especias y condimentos exóticos, muebles preciosos de distintos tipos, marfiles tallados en formas exquisitas, obras de arte y muchísimas manufacturas baratas para el consumo popular.
Cuando el Galeón llegaba a Acapulco, se iniciaba una actividad febril, y el pueblo, casi desierto en otros momentos del año, se llenaba de vida. Un tropel de mercaderes, funcionarios y soldados llegaba de la Ciudad de México y de distintas regiones para hacer sus tratos, así como personas de los más variados oficios, para atender a esa enorme población temporal. Por unos días cada año, Acapulco se convertía en el gran centro del comercio global: se saturaban los mesones, subían los precios y los alquileres, y se generaba un ambiente de fiesta y jolgorio.
Una parte del cargamento era llevado por tierra a la Ciudad de México, a Puebla y a otras capitales regionales, mientras que otra parte era reembarcada rumbo a Guatemala a Nueva Granada y al Perú, para abastecer sus mercados. Los sobrantes se estibaban en Veracruz para ser enviados a Europa, donde el lujo y la sofisticación de los productos de Asia maravillaban a sus compradores.